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El manso carisma y el discreto encanto de la vieja política: la izquierda uruguaya vuelve al gobierno

"Todo lo sólido se desvanece en el aire" afirmaban Marx y Engels en su Manifiesto Comunista de 1848, sugiriendo que las certezas de la modernidad capitalista se veían constantemente erosionadas, y enfatizando en la volatilidad de lo -otrora- permanente. Ya en este siglo y en la comarca uruguaya, unos cantores populares verseaban que “árbol sin raíces no aguanta parado ningún temporal” [i], contraponiendo que bien puede suceder que la fluidez e incertidumbre de esta modernidad líquida en la que buceamos se tope a veces con tercos resabios de valores o instituciones que resisten al paso del tiempo.


Este texto argumentará que algo de ese tenor sucedió con la reciente elección presidencial uruguaya, en la que el Frente Amplio (FA) vuelve al gobierno con un triunfo que aparecía lejano hace apenas un par de años, cuando el presidente Luis Lacalle Pou (Partido Nacional, PN) y su secretario de Presidencia Álvaro Delgado (PN), ungido luego como delfín del oficialismo, sorteaban por lo alto una pandemia del coronavirus que hacía estragos en la región y barría a los oficialismos por doquier.


Como en todo fenómeno social, diferentes causas condicionaron este resultado, y no se pretende aquí una enumeración taxativa ni una ponderación quirúrgica del peso de dichas variables. Por el contrario, se reivindicará el peso específico de ciertos rasgos contemporáneos del sistema político uruguayo; de las características peculiares del FA como partido de masas, y del tipo de liderazgo que viene a encarnar Yamandú Orsi, el candidato devenido en presidente.

 

Uno y sus circunstancias


Sobran los motivos para afirmar que los oficialismos atraviesan una zona de turbulencias. Para ganar en precisión, al menos en las Américas, los partidos gobernantes pierden elecciones sistemáticamente. Esta constatación empírica parece poner de manifiesto un mar de fondo explicativo de Estados Nación incrementalmente impotentes para ofrecer soluciones efectivas a los grandes desafíos del presente, como el cambio climático, la desigualdad económica, el declive democrático, la revolución tecnológica, la automatización, el mundo del empleo y la sostenibilidad de los sistemas de bienestar, en una lista que puede expandirse a gusto del lector más pesimista.


Esta impotencia encuentra su correlato concomitante en el descontento público; una insatisfacción para con las élites políticas y las instituciones existentes que va en aumento por parte de ciudadanías con demandas sociales y económicas insatisfechas en reiteración real.


De todos modos, las circunstancias contextualizan, pero no explican. Son los actores políticos capaces o no de sacar ventajas de esta escenografía global, en el marco del funcionamiento de sus sistemas de reglas e instituciones específicas.

 

El sistema de partidos uruguayo en tiempo real


El uruguayo es un sistema de partidos altamente institucionalizado y su estabilidad evidencia, quizá paradojalmente, una notable capacidad para la adaptación a los desafíos del contexto histórico. El sistema es capaz de absorber las demandas que surgen del entorno, canalizando el descontento en una dinámica que he definido como homeostasis política [ii] que asegura la supervivencia del sistema en su conjunto.


El sistema empezó una transformación profunda en 1971 con el surgimiento del FA y evolucionó con el crecimiento electoral sostenido de la izquierda, a partir de las crisis económicas, la estrecha cooperación entre PN y Partido Colorado (PC) en reformas promercado y la estrategia combinada de moderación programática y oposición sistemática del FA [iii]. El cambio se cristalizó con el sistema electoral de doble vuelta presidencial vigente desde 1996, respaldo funcional del esquema actual de competencia centrípeta entre dos bloques emparejados y diferenciados ideológicamente.


Décadas de transición llevaron al punto de equilibrio vigente de multipartidismo (sistema con más de dos partidos relevantes) con dinámica de competencia bipolar. Uno de los polos es el FA, que cuenta con una estructura interna compleja con álgida competencia intra partidaria de sus fracciones, si bien funciona más como “partido de coalición” que como “coalición de partidos”. Del otro lado, la Coalición Republicana (CR) que componen PN, PC y socios minoritarios asiste a un progresivo proceso de convergencia, con coincidencias ideológicas crecientes, trasvase de dirigentes y desdibujamiento de las identidades partidarias previas de sus votantes.


En este esquema de competencia, el FA ha demostrado tener una ventaja estructural frente a la CR por su naturaleza de partido. Esto es especialmente relevante en escenarios de reñida disputa interbloques, como lo han sido las últimas segundas vueltas presidenciales (2019 y 2024), en las cuales la CR ha evidenciado dificultades para el alineamiento unánime, mostrando que su presentación electoral coaligada concita menos apoyos que la suma de sus partes.

 

Una reliquia del museo de los partidos del siglo XX


Los politólogos Pérez, Piñeiro y Rosenblatt [iv] han definido al FA como el único partido orgánico de masas institucionalizado de izquierda de América Latina. Parten de reconocer que los partidos con militancia escasean pues las elites partidarias tienden a prescindir de los militantes para lograr sus objetivos a través de partidos profesionales electorales[v] orientados hacia la competición electoral mediante estructuras más flexibles y descentralizadas que los tradicionales partidos de masas. Estos priorizan la contratación de expertos en comunicación, marketing y análisis de datos, con concentración de poder en líderes o tecnócratas que diseñan campañas tendientes a conectar directamente con los votantes mediante los mass media y las redes sociales y abordando a los ciudadanos como clientes políticos.


Sin embargo, la multipremiada obra de Pérez et al demuestra que las reglas organizacionales del FA otorgan a los militantes una voz significativa, dotando a su participación de un fuerte sentido de agencia y eficacia, a contracorriente de las visiones que menosprecian a los “comités de base” frenteamplistas como expresión de lastre anacrónico, convicciones obsoletas y liturgia inconducente. Sostienen los autores que esta potente estructura permite al FA proyectarse como una organización coherente, de presencia territorial permanente, y con sólidos procedimientos que regulan su funcionamiento y vinculación con el entorno en aras de politizar a la sociedad.


Como uno de los últimos grandes partidos de masas de occidente, el FA es más que una reliquia del museo del siglo XX. Tas la derrota en las presidenciales del 2019, una nueva y pujante conducción partidaria enfocó sus esfuerzos en revigorizar sus redes de militancia territorial. Asimismo, sorteó la dura crisis de orfandad de liderazgos acaecida tras el retiro de sus viejos dirigentes de la carrera electoral, ofreciendo para 2024 una fórmula presidencial sólidamente respaldada por la militancia, respetuosa de los equilibrios interpartidarios entre fracciones moderadas y radicales de la izquierda, y catalizadora de una transición generacional acabada.

 

Y entonces la campaña


En este escenario y con estos protagonistas se desarrolló una campaña electoral que la cobertura mediática tachó implacablemente de “fría”, “aburrida” o “vacía de ideas”. Huelga señalar que los medios más importantes mostraron escasa disposición a investigar, analizar y ofrecer información sustancial acerca de los programas de gobierno del FA y los partidos de la CR, que efectivamente contenían propuestas diversas y bien estructuras en áreas de política pública clave para el país.


En cambio, se machacó con la ligera afirmación de una supuesta “indiferenciación ideológica” entre los bloques y se ocupó buena parte del tiempo en medios con temas anecdóticos y triviales, como comentarios desafortunados, furcios o supuestos defectos personales de los candidatos, abonando la respuesta ciudadana en boga que mira a la política de lejos como un espectáculo vacío y poco conectado con sus preocupaciones cotidianas.


En filas oficialistas, la campaña confió en que le alcanzaría con ofrecer continuidad señalando algunas mejoras estadísticas apenas significativas en indicadores macroeconómicos o de combate al delito, dando por descontado el apoyo de una mayoría social que evaluaba con cierta benevolencia al presidente saliente, mientras remaba una realidad social cruda de pérdida de ingresos, aumento de la pobreza extrema, así como la seguidilla estremecedora de episodios de violencia criminal asociados a la instalación acelerada e intimidante de bandas de narcotraficantes.


Los mensajes de Delgado oscilaron entre la autocomplacencia de “reelegí un buen gobierno” a proponer una deslucida “continuidad sin continuismo”, con visos de ambición muy modesta en construir “un segundo piso de transformaciones”, para desembocar sobre el final de la contienda en el viejo manual de la derecha latinoamericana, azuzando el miedo vetusto al “peor FA de la historia”, a través de evocaciones destempladas a un supuesto radicalismo chavista. Estas apelaciones resultaron en una disonancia cognitiva flagrante para la porción más apática y decisiva del electorado que, al otear -de a ratos y sin muchas ganas-, al otro lado del muro se encontraba con un candidato del FA genuinamente moderado y dialoguista hasta el paroxismo.

 

Un líder de manso carisma

 

Vayamos a Orsi; ese equilibrista no confrontativo, de parca oratoria, con aires bonachones de buen vecino capaz de conectar con un elector mediano poco adepto a discursos incendiarios, pero a la vez efectivo en fidelizar y mantener activas a las bases militantes frenteamplistas, siempre fogosas en sus postulados ideológicos y furibundamente críticas con el gobierno saliente.


“Tibiorsi” lo apodaron con sorna y poco ingenio muchos coalicionistas y también algún frenteamplista desencantado. Sin embargo, el candidato se mantuvo impertérrito, en una línea de autenticidad opaca y discreta, renuente a chirimbolos y estridencias y a calzarse unos guantes de box que nunca sintió a su medida, y esquivando las exigencias de histrionismo que imponen los dioses del Olimpo de las redes sociales en esta civilización del espectáculo.


La campaña del FA pasó momentos de desconcierto y confusión, sin llegar jamás a lucirse en transmitir visiones de futuro contundentes. No obstante, comparada con la de su rival, logró una mejor consistencia narrativa en ese talante sereno y dialogante, con la mirada fija en la meta de ganar una elección con balotaje, donde saca ventaja no quien más gusta sino quien menores resistencias despierta. En tiempos donde nadie escucha a nadie y el rédito político se lo llevan bufones y demagogos que polarizan grietas hasta deshilachar los tejidos de la convivencia democrática más elemental, Orsi vino a representar un tipo de liderazgo que creímos olvidado.


En su sociología del poder, Max Weber [vi] sitúa el carisma como una forma legítima de autoridad y lo define como una cualidad extraordinaria que convierte a la persona en líder natural para sus seguidores a causa de su visión o carácter. El liderazgo carismático emerge especialmente cuando las estructuras existentes no logran ofrecer respuestas a las demandas del momento. Quizá la posible excepcionalidad de Orsi resida en su enfoque conciliador y moderado, capaz de conectar tanto con sectores progresistas como centristas o desinteresados, logrando incluso firmes apoyos entre sectores demográficos y en áreas rurales del país históricamente esquivas para la izquierda.


Orsi priorizó en su discurso “la revolución de las cosas simples”; el acceso a medicamentos, el equipamiento a la policía, los beneficios a pequeñas empresas, el diálogo social para revisar el sistema de seguridad social, y la promoción del crecimiento económico con equidad y empleo de calidad; todo mediante el diálogo político y sin pretensiones refundacionales.


El contexto internacional incierto y la complejidad de los problemas estructurales y emergentes del país jugaron un rol clave en la narrativa de su campaña, posicionando al candidato como una alternativa confiable y serena. Siguiendo en la perspectiva weberiana, podemos elaborar que un líder carismático no necesariamente requiere ser expansivo en su personalidad. El carisma no reside en el volumen de la voz, sino en la percepción que despierte en los votantes sobre su capacidad de conectar con los desafíos de su tiempo. Así, el carisma puede manifestarse en políticos tranquilos, de pocas y pausadas palabras, que transmitan más templanza que temperamento, que proyecten una autoridad legítima por transmitir autenticidad y coherencia en horas inciertas. Así entendido, el carisma es adaptable a diferentes estilos porque enfatiza en la conexión simbólica entre el líder y la gente. Sin embargo, vale recordar a Weber cuando advierte que el carisma es inherentemente inestable y contingente al éxito del líder para cumplir las expectativas generadas. Es razonable vaticinar una “luna de miel” breve y poco apasionada entre los uruguayos y su nuevo presidente.


Como conclusión, Uruguay eligió a un presidente de manso carisma y bien plantado sobre los hombros de un partido de masas cuya maquinaria militante aceitada le otorgó una ventaja decisiva en una dinámica de competencia bipolar, frente a un gobierno coalicionista de expectativas poco satisfechas, en un escenario global convulsivo y asediado por extremismos que pide a gritos menos gritos y más política; vieja y buena política.


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  • Artículo publicado por Relato, Revista de Comunicación Política, N°14 - 14/XII/2024


[i] Letra de la canción “Santamarta” del dúo folclórico Larbanois & Carrero (2001)

[ii] Casa, Mauro (2024). “¿Quién les tema a los outsiders?”, Semanario Brecha, 5/IX/2024. https://brecha.com.uy/quien-les-teme-a-los-outsiders/

[iii] Yaffé, Jaime (2005). Al centro y adentro. La renovación de la izquierda y el triunfo del Frente Amplio en Uruguay. Montevideo: Linardi y Risso.

[iv] Cómo sobrevive la militancia partidaria: el Frente Amplio de Uruguay. Friedrich Ebert Stiftung: Tunel, 2023

[v] Concepto acuñado por Angelo Panebianco, especialmente en su obra Modelos de partido (1988)

[vi] Weber, Max (2019). Economía y sociedad. Fondo de Cultura Económica.








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